razónpublica.com - El debate sobre el consumo de licor debe incluir también sus secuelas inmediatas: el guayabo, la resaca. Entre las posiciones fundamentalistas punitivas y la tolerancia absoluta se impone la auto-regulación individual y social, para un uso responsable.
Elías Sevilla Casas*
Un
debate en curso
En un
reciente artículo me referí a los alcances y
limitaciones del “alcoholsensor” como herramienta central de la nueva Ley 1696 de 2013, que
algunos consideran la solución para el control de la conducción en estado de
embriaguez. Mostré, de paso, el trasfondo fundamentalista que busca consolidar
un modelo de control social totalitario, excluyente y prohibicionista mediante
populismo amarillista que aprovecha sin pudor el dolor de familias golpeadas
por conductores borrachos. En esta misma dirección, el artículo de uno de los
senadores impulsores de la ley -quien tiene un doctorado en educación- reconoce
en su mismo título (“Tres strikes”) el carácter punitivo o descalificador
de la ley al hacer referencia al guante y al bate.
Refuerzo la tesis de que sólo sirve la educación integral ciudadana
y familiar para un sabio manejo del alcohol.
Hubo
reacciones opuestas a mi escrito, desde insultos hasta el reconocimiento de que
era una defensa de la efectividad de la nueva ley sobre alcoholemia y
conducción, no de los conductores irresponsables. Éstos para eludir controles
ya están usando alternativas, como son las nuevas aplicaciones de tráfico y
navegación, que informan en tiempo real y precisión de gps la
ubicación de los puestos policiales. Un recurso más que confirma el refrán de
que hecha la ley, hecha la trampa.
Escribo ahora sobre el
guayabo, ese terrible estado posterior a unos malos tragos que otros denominan
resaca, cruda, ratón, chaqui, chuchaqui, o hachazo, para citar algunos de los
nombres populares usados en los países vecinos. Con ello refuerzo la tesis de
que sólo sirve la educación integral ciudadana y familiar para un sabio manejo
del alcohol. Esta educación incluye los “strikes” policiales pero los deja en
sus verdaderos límites, a la vez que hace efectivo el propósito final de los
mismos: que seamos de veras responsables con el alcohol y con la conducción de
automotores.
Guayabo
Negro
Luis
Ariel Rey y otros cantantes han repetido versos como “Guayabo negro maldito
donde/ amarro mi caballo/ cuando vuelvo del palmar”. La referencia
es tanto a un árbol emblemático de Colombia (“el olor de la guayaba”) como a la
nostalgia persistente de los amores perdidos, a veces ahogada en alcohol. Por
ello tenemos un rico cancionero de “despecho”. Me dicen que, en México, “no
bajarse del guayabo” es practicar compulsivamente el sexo, algo que pareciera
tener algo que ver con nuestro doble tema.
Muchos
lectores (y lectoras) han amarrado ese caballo que canta Luis Ariel. Pero
también algunos han sufrido lo que hace décadas el escritor antioqueño Efe Gómez describió con el mismo nombre, Guayabo
Negro. Inicia de este modo su relato, referido no tanto a los amores como a la
horrible secuela de unos tragos mal tomados:
“Sobre ese caos flotaba un dolor de cabeza.
Un dolor de cabeza autónomo.
Luego, dentro de esa nebulosa de dolor, pero con nexos apenas perceptibles en ella, comenzó a esbozarse la personalidad consciente de Pedro Zabala.”
Pedro
Zabala despertó de su pesadilla fisiológica y mental al verse preso y al lado
del cadáver de Manuel su cuñado y amigo de copas, quien horas antes había
puesto un cuchillo sobre la mesa común, para luego verse atacado con él por
Zabala. Perdido en el caos flotante del guayabo Zabala no sabe por qué lo mató.
Por
cierto, ese caos flotante de miseria física y mental que cuelga sobre la cabeza
hace pensar lo implausible: que el criollísimo Efe Gómez, al escribir la frase,
estuviera pensando en el sentido literal del nombre del guayabo en inglés: el hangover,
la masa informe, indefinible, suspendida sobre uno, como ruina cierta del
inmediato pasado.
“Sintió
sed, una sed aureolada de dolor, náuseas y vértigos: su conciencia individual
se hizo más viva, más diferenciada: el dolor mordió en ella más hondo. Un olor acre,
de orinal, penetró en la íntima encrucijada de sus sentidos: luego penetró el
canto lejano de un gallo.”
Por el
desenlace criminal el relato de Efe Gómez es una dramatización extrema de
los pasajeros daños mentales y fisiológicos causados por la terminación del
ciclo de etanol en el organismo. Es un síndrome que los especialistas en
psicoactivos denominan “síntomas de la retirada” (withdrawal).
Debemos tomar en serio al guayabo de etanol porque sus
consecuencias son serias en materia de conducción vehicular como lo son las de
los tragos mal tomados que lo causa.
A pesar
de la enorme frecuencia del guayabo en el mundo estamos ante un proceso muy poco estudiado por la ciencia en su causalidad
fisiológica. Contamos en cambio con buenasdescripciones fenomenológicas de la sintomatología en sus efectos
deletéreos sobre el comportamiento mental (cognitivo) y psicomotor de quien lo
sufre. Y, muy grave, hay indicios de
que es posible que los efectos no dependan tanto de la deshidratación sino de
reacciones cruzadas entre el sistema inmune y el sistema nervioso central. Sólo
que el síndrome es pasajero en el bebedor ocasional.
El
guayabo, tan peligroso para la conducción como la embriaguez
Aunque
diferente en sus signos y síntomas, la disfuncionalidad cognitiva y psicomotora
del sujeto enguayabado para conducir automotores parece ser equivalente,
en sus efectos prácticos, a la que causa la presencia de etanol en los tres
niveles de embriaguez (1, 2, 3) castigados por la nueva ley.
Pero,
curiosamente, la sociedad no tiene “guayabosensores” de control policial
porque, por definición, el guayabo implica “alcoholemia cero, cero” causado
como es por la ausencia de etanol en el organismo. Y, como dije, la ciencia no
ha avanzado mucho en la comprensión de los procesos biológicos subyacentes.
Lo
único posible sería el diagnóstico clínico por los signos y síntomas corporales
o de comportamiento que, en un contexto clínico debidamente regulado, podría
hacer el médico especialista, de haber suficiente respaldo de la ciencia. Tengo
entendido que, tal vez por no haberlo, Medicina Legal no ha elaborado normas
como sí lo ha hecho para diagnosticar la embriaguez aguda. Y
si las hubiera, es obvio que no podrían aplicarse en función preventiva, como
se hace con el alcohosensor.
Una vez más, en el fondo necesitamos
el autocontrol personal
A los síntomas biofísicos del guayabo se agrega la
mordida de la conciencia moral, las Furias míticas, descritas por Efe Gómez en
su emblemático cuento costumbrista:
“El ruido del surtidor del patio entretejía su charla al grito de las
células cerebrales, y era esa una vocería apocalíptica como el ruido de muchas
cataratas. Y rostros congestionados de ira, de amenaza: rostros odiados,
rostros temidos, rostros despreciados se le venían encima amenazadores,
gesticulantes.”…
Con los enguayabados por etanol estamos de lleno
dependientes del control social y cultural, y por tanto personal. Es decir,
dependemos del sabio manejo del alcohol, opción que es anatema para los
fundamentalistas: “Mijo, no tome. Si toma, tómese bien sus tragos y no
conduzca mientras tenga alcoholemia. Y si los toma mal, no conduzca mientras
esté embriagado, con alcoholemia, o se encuentra aún enguayabado”.
Varios estudios muestran que la duración del ciclo de alcoholemia es muy variada,
según las personas, el tipo de trago y el modo de hacerlo. En promedio
transcurren de 6 a 8 horas desde la última copa para llegar al nivel cero. Del
ciclo del guayabo la literatura no reporta estudios serios, sólo descripciones
naturalistas. Al final, sólo consejas y, desde luego, el saber popular que dice
que un guayabo dura hasta que termina.
Para terminarlo, para acortar el ciclo, el saber
popular también tiene remedios de efectividad dudosa. Ante la fatalidad, con
humor se dice de manera irresponsable: “¡Evite el guayabo: siga tomando!”. O,
lo que es lo mismo, “Para el guayabo lo mejor es un traguito chiquito y luego
dieciocho grandecitos”.
De lo que no tengo duda es que debemos tomar en
serio al guayabo de etanol porque sus consecuencias son serias en materia de
conducción vehicular como lo son las de los tragos mal tomados que lo causa.
Así no haya los “tres strikes”.
Aprender a tomar
cuando se toma
De lo anterior surge la importancia de aprender a
tomar, si es que se acepta el reto y riesgo de hacerlo. Una sociedad madura en
donde el consumo de alcohol es algo cotidiano tiene reglas implícitas y
explícitas sobre la edad, la condición personal, el lugar y demás
circunstancias en que ocurre. Hay que explicitarlas cuanto más se pueda,
aprenderlas y acatarlas, porque se dan ocasiones en que el individuo, por
razones varias, se encuentra inerme ante el etanol y su circunstancia. En otras
palabras, el trato con el etanol implica riesgos de daños
negativos porque es una
sustancia de toxicidad variable, según las personas y sus estados, e incluso
según los modos y los entornos en que se ingiere.
Por tanto, al lado de las prohibiciones y castigos,
nuestra sociedad debe asumir el reto de la educación positiva y explícita,
desde la niñez y juventud (“Mijo, no tome. Y si toma…”). No hacerlo, atenidos
sólo a la prohibición legal o satanización fundamentalista del alcohol, (“Mijo,
nunca tome...), o a la claudicación pesimista (“Así somos…), es sencillamente
irresponsable.
Sociedades amigas
del alcohol
En sociedades mestizas como la nuestra, de
ancestros amerindios, mediterráneos, y africanos, se
seguirá consumiendo el etanol en las formas tradicionales y derivadas (industriales) de chichas,
masatos, chirrinchos o viches, aguardientes, rones, vinos y licores importados,
y –también— de cervezas.
Una sociedad madura en donde el
consumo de alcohol es algo cotidiano tiene reglas implícitas y explícitas sobre
la edad, la condición personal, el lugar y demás circunstancias en que
ocurre.
No olvidemos, de paso, que la hoy pujante y
monopólica producción de cerveza, que cubre muy buena parte del consumo
nacional de etanol, creció en contraposición a las campañas
anti-chicha que, a nombre de la
higiene, se hicieron en las primeras décadas del siglo XX.
Hoy, con el resurgir étnico, las chichas y los
viches (las bebidas fermentadas y las destiladas) retoman su camino. Cualquiera
que asista, por ejemplo, a un festival indígena caucano, o a un “Petronio
Álvarez” del Pacífico, puede atestiguarlo. La paradoja –y escándalo para los
fundamentalistas-- es que los últimos “Petronios” patrocinados por el
Ministerio de Cultura incluyen exposición y venta de viches “sin estampilla”.
Igual paradoja y escándalo sería decir que prohibir el guarapo caucano de las
mingas indígenas es una violación del derecho a la diversidad cultural que
patrocina la Constitución.
Tomemos en serio el
guayabo en sus dos sentidos
Es urgente entonces aceptar en los planes
educativos, formales e informales, comenzando por el hogar, el reto de formar
para “saber tomar, cuando se toma”. Esta educación comienza a aceptarse en el
campo paralelo de la vida amorosa y sexual. Recuérdese el doble y denso sentido
entre nosotros de “guayabo”: la “resaca” y la “tusa”.
El prohibicionismo radical o el silenciamiento
apático frente a los procesos amorosos que son parte de la vida humana han
fracasado, como como lo
vemos a diario, en las
tasas preocupantes de embarazos indeseados en adolescentes y en otras complicaciones
como la violencia sexual, la desorientación de los jóvenes, y las variadas
infecciones.
Incluyamos, por tanto, el “guayabo negro” en el
sentido de Efe Gómez y de Luis Ariel Rey, en la agenda educativa, desde luego
atendiendo al amplio espectro del que forman parte. Ese espectro va desde lo
positivo y sublime de los amores y del alcohol hasta lo negativo y criminal,
tema sobre el que hoy se insiste tanto.
¿Positivo y sublime el alcohol? Antes de responder,
pregúntese el lector (o lectora) por el sentido “en favor de la vida” del
brindis, sea en la Eucaristía católica o en los eventos nupciales. Entre éstos
hay uno que los fundamentalistas cristianos deben conocer bien: las Bodas de
Caná, en donde el Señor Jesús transformó el agua en bebida alcohólica para que
la fiesta continuara.
* Ph.D. en
antropología de la Northwestern University, Profesor Titular jubilado de la
Facultad de Ciencias Sociales y Económicas, Universidad del Valle, Cali.
Email: eliasevilla@gmail.com
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